Para ser ciudadanos y ciudadanos de estos tiempos requerimos ser parte de procesos formativos donde la cultura escolar abierta considera que la participación no solo es un recurso pedagógico, sino que también es una finalidad, un bien deseado por la comunidad educativa.


Cuando el ser humano se piensa así mismo, cuando piensa en su entorno, en los otros y no en los demás, está comprendiendo el modo de su propia existencia. Cuando percibimos que vivir en un país fundado sobre un modelo de justicia que ofrece mayores posibilidades de bienestar y felicidad, que vivir en países autoritarios, no necesitaremos mayores justificaciones filosóficas ni de ningún otro tipo para comprender que no solo no se trata de una mejor forma de gobierno, sino que conviene reforzarla, y nos abocaremos a la tarea de educar a los futuros ciudadanos en este sentido de la justicia, consiguiendo entonces una democracia estable. Porque la estabilidad social exige de una virtud ciudadana, difícil de desarrollar si no ha comenzado a adquirirse a través del proceso educativo.

Es en este marco referencial, donde el impulso de los valores educativos como expresión del bienestar colectivo -local, regional o mundial- es interpelado de generación en generación. Cada sociedad ha tratado de distinguir, desde sus propias características vivenciales, la diversidad de manejar los importantes asuntos relacionados con los específicos procesos educativos y formativos de sus actores sociales: ciudadanos y ciudadanas.
Es esta experiencia las que nos señala que para ser ciudadanos y ciudadanos de estos tiempos requerimos ser parte de procesos formativos donde la cultura escolar abierta considera que la participación no solo es un recurso pedagógico, sino que también es una finalidad, un bien deseado por la comunidad educativa. Cuando además, la existencia de instituciones promueven y favorecen la participación como una actividad regular (Consejo Escolar, Centro de Padres, Centro de Alumnos, Consejo de Profesores), no solo formales, sino verdaderas oportunidades para la deliberación y toma de decisiones en el gobierno escolar, desde las especificidades de cada una de ellas, entonces, estamos favoreciendo una intencionalidad desde la gestión pedagógica para promover los valores de una vida democrática desde el aula y hasta las afuera de la escuela. La experiencia de que la formación es parte de un sentido cotidiano y  de que los espacios de la formación ciudadana sean parte de la normalidad de la vida escolar y no eventos aislados, estamos formando en la responsabilidad ciudadana. Cuando las interacciones entre los actores se reducen al cumplimiento de la normativa, estamos reduciendo la vida democrática al cumplimiento de roles transitorios como miembros de una comunidad permanente y ello bien puede derivar en un fortalecimiento de la autoridad y de la jerarquía, de tensiones asociadas a los niveles de participación de los miembros de la comunidad escolar en determinadas deliberaciones o procesos de toma de decisiones. Si aceptamos que lo que se aprende en la escuela, se reproduce en la sociedad, y que, como deseamos ciudadanos activos, responsables y solidarios con su comunidad política, entonces tenemos que hacer mayores esfuerzos por favorecer el desarrollo de prácticas más inclusivas, democráticas y participativas, pues ellas terminarán desarrollando en los estudiantes y ciudadanos, habilidades y actitudes fundamentales para la vida en sociedad y para la convivencia democrática.

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