Nada de lo que haga la escuela por sí sola, si no tiene un respaldo de la sociedad en su conjunto podrá contribuir positivamente al mejoramiento de las instituciones y del bienestar social. Si lo que realiza la escuela para otorgar una formación integral no tiene un refuerzo fuera de sus murallas, caerá en el vacío.
Recientemente se dieron a conocer los resultados del Estudio Internacional de Educación Cívica y Formación Ciudadana ICCS 2016, donde nuevamente nuestros estudiantes de octavo básico se encuentran bajo los promedios internacionales. Sin embargo, algunos de los aspectos positivos que podemos rescatar, son la alta valoración por la igualdad de género y por la igualdad de derechos de diferentes grupos étnicos o raciales, así como también, por la alta participación que manifiestan tener dentro de las escuelas y en acciones de voluntariado.
Si revisamos detalladamente el estudio ICCS 2016 – el cual se puede bajar de la web de la Agencia de Calidad de la Educación -, constatamos que en nuestro país la escuela de nuestros estudiantes de octavo básico estaría haciendo un gran esfuerzo por contribuir a la formación cívica y al compromiso con el desarrollo social, que existe una distinción entre lo que ocurre al interior de sus murallas con lo que ocurre fuera de ellas, lo cual es percibido por nuestros estudiantes como un espacio que si bien genera condiciones para la formación democrática, ello contrasta con la realidad marcada por la desconfianza y a la cual deben verse enfrentados posteriormente. Esto se refleja en los niveles de participación interno y en la incertidumbre que manifiestan respecto de su disposición y conducta futura ante los mecanismos de participación democrática.
Nada de lo que haga la escuela por sí sola, si no tiene un respaldo de la sociedad en su conjunto podrá contribuir positivamente al mejoramiento de las instituciones y del bienestar social. Si lo que realiza la escuela para otorgar una formación integral no tiene un refuerzo fuera de sus murallas, caerá en el vacío. Si lo que la escuela plantea como un ideal de convivencia no se refleja en las actitudes y comportamientos de la ciudadanía y sus actores adultos de manera coherente, sembrará incertidumbre y desconfianza hacia los representantes, hacia las autoridades y sus instituciones.
El ciudadano de la democracia no nace sabiendo cómo debe desempeñar su rol. Tampoco le es fácil aprenderlo de su entorno, dada la ambigüedad que caracteriza el discurso y la práctica de sus referentes políticos y sociales. La sociedad demanda que participe y se responsabilice de los asuntos comunitarios, pero éste desconoce qué hacer y cómo debe participar. Aprendemos a ser ciudadanos y ciudadanas de forma gradual, en la práctica. La ciudadanía se vive y aprende desde el seno de la familia, en la interacción continua entre padres y hermanos. Se desarrolla y practica en la escuela, mediante los procesos de socialización, participación reflexión y resolución de conflictos. Y se fortalece y ejerce en el ámbito de la sociedad, donde encuentra su máxima realización. Familia, escuela y sociedad, por tanto, están llamadas a ser grandes maestras de la formación ciudadana y del ejercicio de la convivencia cívica y democrática, por lo tanto, tenemos que tener conciencia de que nos debemos un reforzamiento mutuo.