Ningún sistema educativo puede superar la calidad de sus docentes (Barber y Mourshed, 2007), por eso la comprensión del nivel y de las características del desempeño docente en las aulas debería transformase en un insumo esencial para la formulación de políticas públicas que apunten a mejorar paulatinamente las capacidades de las educadoras y profesores que actualmente se desempeñan en las aulas de nuestros jardines, escuelas y liceos.
No educational system can exceed the quality of its teachers, so understanding the level and characteristics of teacher performance in the classroom should become an essential input for the formulation of public policies that aim to gradually improve the capacities of educators and teachers who currently work in the classrooms of our pre-schools, schools and high schools.
En 2010, el informe de la consultora inglesa McKinsey colocaba a Chile entre los países cuyo sistema educacional ofrecía a sus estudiantes un umbral mínimo de calidad en sus escuelas, especialmente en el logro de las habilidades básicas de lenguaje y matemáticas. Esto se debía, según la publicación, a que como país estábamos en una etapa de bajos resultados debido a que los docentes carecían de la capacidad para construir modelos pedagógicos que les permitieran apropiarse de la innovación y la experimentación en las escuelas, pero también, de las habilidades y conocimientos como para que el sistema pudiese confiar en sus capacidades y en el de los colegios para comprender los nuevos desafíos de aprendizaje de los estudiantes y que tuviesen la capacidad para reaccionar, implementando prácticas eficaces en sus aulas de manera autónoma.
Este crudo diagnóstico no era muy diferente al que ya teníamos como país, y coincidió con la implementación de un Sistema de Aseguramiento de la Calidad de la Educación, con una nueva institucionalidad, que elevó los estándares de desempeño de todos los actores escolares, redefiniendo la evaluación de los aprendizajes de los estudiantes, pero también de los desempeños de profesores y directivos y de la propia institución educativa.
Se ha impulsado un diálogo pedagógico no solo sobre los sentidos que queremos, sino también sobre la relevancia de la información cuando debatimos, formulamos y decidimos sobre las políticas educativas que debemos implementar. Así, por ejemplo, valoramos la evidencia producida por la investigación educacional respecto del carácter clave que tiene el desempeño docente en la calidad de los aprendizajes de los estudiantes (Darling-Hammond, 2005; Barber y Mourshed, 2007), lo mismo respecto del potencial de igualador social de la educación inicial de calidad (Carnero y Heckman, 2003) en el desarrollo cognitivo y socioemocional en los primeros años de infancia, lo cual es posible alcanzar solo con programas de apoyo de alta calidad.
Por eso es prioritario contar en la educación parvularia con una nueva cultura educativa de calidad y ello debiese tener como objetivos una educación que ponga la mayor importancia al mundo interno del niño y a su núcleo psicoafectivo en los primeros años; descubrir, alentar y promover el desarrollo las capacidades de cada niño y niña en los primeros niveles educativos; dar especial atención al desarrollo de los nuevos lenguajes con enfoques multiculturales para la formación integral, promoviendo una concepción ciudadana amplia y humanista; institucionalizar la articulación del nivel inicial con la educación primaria y de ésta con la siguiente; y vincular más a la familia como agente educador y socializador, propiciando la reflexión y comprensión de su papel en el desarrollo de la infancia. Cualquier política que aspire a ser efectiva, no solo debe ampliar la cobertura, sino que también ambicionar la calidad.
Ningún sistema educativo puede superar la calidad de sus docentes (Barber y Mourshed, 2007), por eso la comprensión del nivel y de las características del desempeño docente en las aulas debería transformase en un insumo esencial para la formulación de políticas públicas que apunten a mejorar paulatinamente las capacidades de las educadoras y profesores que actualmente se desempeñan en las aulas de nuestros jardines, escuelas y liceos, a la vez que se encare con decisión la formación inicial en las universidades, de modo que nuestros docentes logren aplicar modelos pedagógicos originados en las propias reflexiones de sus prácticas y en la relación de éstas con los aprendizajes de sus estudiantes. En nuestras aulas existen oportunidades importantes de mejora, los análisis de los resultados de las evaluaciones de desempeño nos indican con claridad que las dimensiones asociadas al dominio del apoyo pedagógico son las más débiles, pero también las más difíciles de incorporar, tanto en el sistema de apoyo, como en las rutinas de desempeño, especialmente en los primeros niveles educativos.