La formación profesional debe avanzar hacia un currículo más exhaustivo, con capacidad de adaptación, que otorgue oportunidades de elección a los estudiantes y asuma las necesidades locales con un sentido de responsabilidad global, donde la economía y los desafíos de sobrevivencia tienen ese carácter. Nuestros sistemas de formación deben incorporar las tecnologías exponenciales que nos están brindando oportunidades extraordinarias para cambiar las formas de vivir en un mundo amenazado, diseñando un currículo más interdisciplinario, que les enseñe a los estudiantes cómo pensar, cómo aprender, cómo sintetizar información y cómo aplicar un discernimiento crítico.
En 1939 Harold Benjamin, imaginándose una sociedad preshitórica escribía: “No enseñamos a capturar peces con el fin de capturar peces, sino para desarrollar una agilidad general que no se puede obtener mediante la mera instrucción. No enseñamos a cazar caballos a garrotazos por cazar; lo hacemos para desarrollar una fuerza general en el aprendiz que nunca podrá obtenerse con algo tan prosaico y especializado como la caza de antílopes. No enseñamos a asustar tigres de dientes de sable con el fin de asustar tigres; lo hacemos con el propósito de dar ese noble coraje que se aplica a todos los asuntos de la vida y que nunca podría provenir de una actividad tan básica como cazar osos”.
Lo anterior nos recuerda la creación del currículo, pero también que tradicionalmente éste es concebido como el conjunto de contenidos que los estudiantes deben aprender, pero que hoy, de continuar así, mal podrán nuestros estudiantes desarrollar las habilidades y actitudes para dejar de pretender asustar con fuego a los tigres de dientes de sable que ya no existen. Pues el currículo es un instrumento para el desarrollo de competencias cambiantes que responden a la preparación que requiere la fuerza de trabajo para el mundo de hoy, y con mayor razón para el de mañana.
Las instituciones educativas deben preparar a los estudiantes para convivir con un mundo que cambia económica y socialmente a una velocidad como nunca antes para empleos que aún no son y para enfrentar problemas sociales que tampoco sabemos que habrán de surgir y que por lo tanto, el éxito educativo ya no está dado por la capacidad de reproducción de dicho conocimiento basado en contenidos, sino en la aplicación de ese conocimiento a nuevas situaciones económicas y sociales. A Einstein se le atribuye la frase de que “no podemos resolver nuestros problemas con el mismo pensamiento que utilizamos cuando los creamos”, por lo que debemos preguntarnos con más regularidad lo que deberían aprender nuestros estudiantes en esta era de la búsqueda, de la robótica y de la inteligencia artificial que se nos cuela por doquier.
La formación profesional debe avanzar hacia un currículo más exhaustivo, con capacidad de adaptación, que otorgue oportunidades de elección a los estudiantes y asuma las necesidades locales con un sentido de responsabilidad global, donde la economía y los desafíos de sobrevivencia tienen ese carácter. Nuestros sistemas de formación deben incorporar las tecnologías exponenciales que nos están brindando oportunidades extraordinarias para cambiar las formas de vivir en un mundo amenazado, diseñando un currículo más interdisciplinario, que les enseñe a los estudiantes cómo pensar, cómo aprender, cómo sintetizar información y cómo aplicar un discernimiento crítico.
La educación de los jóvenes tiene fronteras cada vez más difusas, ya no es posible clasificarlas con tanta rigidez como aquella que prepara para el mundo del trabajo en contraposición a la formación académica que prepara para la continuidad de estudios universitarios. Toda la educación superior tiene como destino el mundo laboral tarde o temprano, como tampoco son solo los jóvenes quienes requieren formación profesional temprana, hoy existe la necesidad de la formación permanente y continua para toda la vida, especialmente cuando la vida útil se prolonga cada vez más, lo cual exige no solo generar oportunidades de actualización sino también de continuidad socialmente válidas, tanto para la empresa como para la academia. Esto significa que debemos enfocar la formación de competencias más complejas, en aquellas que solo los humanos pueden realizar bien, como las no rutinarias interpersonales y analíticas. La base del currículo, como en la sociedad prehistórica de Benjamín, ya no está en los contenidos, el aprendizaje debiera centrarse en sus aplicaciones a través del uso de sus habilidades.
Estas convicciones nos ha impulsado a complementar la formación actual de nuestros estudiantes a través del programa de Levantamiento y Mejoramiento de los Sistemas Eléctricos de las Iglesias Patrimoniales en conjunto con el Centro Nacional de Sitios de Patrimonio Mundial y de la incorporación de las competencias emprendedoras a través del convenio con Freeport-McMoRan para incorporar el programa DreamBuilder, lo que nos permitirá además, capacitar a 300 jóvenes y mujeres de la provincia durante este año. https://www.re-vuelta.cl/news/un-curriculo-para-la-formacion-profesional/