No soy de los que cree que una nueva sociedad surgirá de las cenizas que dejará esta pandemia, una humanidad que cambiará todas sus convicciones para señalar una nueva ruta hacia un porvenir distinto, pero si tengo la esperanza de que a lo menos revaloremos nuestras prioridades y sean menos las mezquindades que las virtudes las que se alcen fortalecidas.
I am not one of those who believes that a new society will emerge from the ashes that this pandemic will leave, a humanity that will change all its convictions to point out a new route to a different future, but I do hope that at least we will reassess our priorities and be less the pettiness that the virtues the ones that will raise strengthened. 
Aún cuando parezca temprano escribir acerca de las características que las relaciones humanas asumirán en el tiempo de la post pandemia, pareciera que ya comienzan a configurarse algunas de ellas, pero habrá que esperar aún un tiempo para tener la certeza de cuáles la definirán. En principio, parece evidente que habrá una revalorización de las formas de comunicación, de trabajar y convivir, las que abarcarán todas las dismensiones sociales, desde aquellas más nimias hasta las más sofisticadas y complejas. Uno de estos cambios que comienza a reconfigurarse es una revalorización de las actividades laborales, otorgando nuevos sentidos a la contribución que realizan trabajadores que reciben pagos modestos pero que, en cambio, realizan tareas esenciales y que a menudo implican un riesgo de su propia seguridad sanitaria, trabajadores que se encuentran fuera del círculo privilegiado de las profesiones y cuya consideración bien puede significar una renovación valórica al colocar en evidencia nuestra dependencia, la desigualdad más allá de los gráficos y su contribución al bien común y bienestar general. El credencialismo característico de nuestra sociedad, que no solo distribuye honores sino también recompensas monetarias, a lo menos, debiera ser revisado con criterios de responsabilidad social.
Tal vez, los sectores más abordados han sido los de educación y salud. El sector de la salud pública ya comienza a sufrir transformaciones evidentes que delinean el perfil que adquirirá en el futuro próximo. En primer lugar, un mundo que presumía de la inevitabilidad de su cercanía en las relaciones personales, donde médico y paciente eran centrales para definir los recursos y servicios complementarios, ya no lo será con la misma fuerza y deberá dar mayor protagonismo a la telemedicina y el vasto mundo de las aplicaciones en los servicios asociados como son las consultas y el control de tratamientos, pero también abriendo oportunidades para que la relación entre profesionales se virtualice con el propósito de coordinar acciones de mejora en la gestión de los establecimientos y de las capacidades de los profesionales y técnicos, amén de una mejor distribución de las compensaciones internas. En segundo lugar, asumir lo anterior implica la exigencia de nuevos equipamientos para los establecimientos de salud, como serán la centralidad de puestos y salas de video conferencias y conexiones wifi para facilitar esta labor, como también las nuevas formas de gestión más horizontales y colaborativas que se anuncian indispensables. Ello ya debiera ir fijando las prioridades de inversión en el sector, de manera que podamos enfrentar los próximos desafíos con mayor celeridad.
En el sector educativo hemos transcurrido desde las discusiones de cómo continuábamos ofreciendo los servicios educativos a los estudiantes, cómo mejorábamos los dispositivos de apoyo y adecuábamos nuestras concepciones didácticas a una virtualidad medianamente conocida pero insuficientemente implementada, hacia el abordaje de los lineamientos de cómo serán tanto la vuelta a la presencialidad y cuáles serán los sentidos de la educación del futuro. Y aquí también han surgido a lo menos dos temas esenciales, uno producto de su ausencia y el otro debido a su presencia. En efecto, pareciera que hay una revalorización del vínculo presencial con el docente que hoy se extraña y con ello de una humanización necesaria de los procesos formativos y de los sentidos que ésta importa; y de manera contrapuesta, el debate acerca de cuánto de virtualidad se queda e incorporamos a los procesos y a la institucionalidad educativa. Esto significa que debemos reflexionar con una urgente profundidad acerca de los auténticos sentidos de las formaciones valórica y profesional, de las nuevas prácticas del ejercicio profesional docente y del rol que tendrán las tecnologías informáticas y comunicacionales en la cotidianeidad y en la formación virtual. Diversos estudios ya han señalado que más de la mitad de los docentes no se encuentran preparados para abordar la educación virtual, pero también, ha quedado al desnudo la insuficiente cobertura y estabilidad de la conectividad en todos los rincones del país; las compañías y el gobierno deberán sentarse a diseñar nuevas estrategias que permitan asegurar una conexión efectiva para todos los ciudadanos con una mirada de equidad social y territorial.
No soy de los que cree que una nueva sociedad surgirá de las cenizas que dejará esta pandemia, una humanidad que cambiará todas sus convicciones para señalar una nueva ruta hacia un porvenir distinto, pero si tengo la esperanza de que a lo menos revaloremos nuestras prioridades y sean menos las mezquindades que las virtudes las que se alcen fortalecidas.

https://www.elquintopoder.cl/educacion/los-cambios-que-se-nos-vienen/

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