Mónica Jiménez y René Cortázar practican lo que son sus valores: integridad personal a toda prueba, talento puesto al servicio de un bien colectivo y capacidad de trabajo y de diálogo sin limitaciones. ¿A qué se debe, entonces, esta ofensiva de “demolición” contra ellos?
Por Alejandro Foxley. Ministro de Relaciones Exteriores
Por Alejandro Foxley. Ministro de Relaciones Exteriores
Comenzó la semana marcada por el “jet lag” de un viaje prolongado. El punto de partida es Ginebra. Dramáticas sesiones en que se trataba de salvar la llamada Ronda de Doha, sobre comercio internacional. El acuerdo estuvo cerca. No se logró.Desde Ginebra, un paso por Singapur. Iniciamos allí el proceso para construir un acuerdo educacional con Singapur al estilo del de Canadá y California: becas e intercambio científicos para jóvenes chilenos, a financiarse con el Fondo Bicentenario de Capital Humano, propuesto por la Presidenta Bachelet el 21 de mayo.Luego, en Australia, la firma del tratado de libre comercio, recibido allí como un hecho político y no solo comercial, justo 2 días después del fracaso de Doha: dos países afines que siguen adelante, sin vacilaciones para materializar las oportunidades que ofrece la globalización.En el encuentro con los directivos de las principales universidades y centros de formación técnica de Australia, se acordó otorgar hasta 900 cupos para becarios chilenos, a partir del próximo año. Un acuerdo similar se firmó una días después con los ministerios de Educación y de Ciencia y Tecnología de Nueva Zelandia.Regreso de ese viaje algo cansado, pero contento y optimista. La acogida a las iniciativas chilenas, ya sea en materia de pactos bilaterales de libre comercio, o de intercambio de recursos humanos a nivel superior, había sido entusiasta, sin reticencias y en un lenguaje compartido por ellos de “ahora somos socios, naciones maduras que comparten su camino hacia el desarrollo”.Me pongo al día en la lectura de los periódicos. Me interesan especialmente los temas legislativos, el avance allí de la reforma educacional y del financiamiento para el transporte público. Me encuentro con un lenguaje violento y destructivo, con descalificaciones personales y hasta insultos contra los ministros de Educación y Transporte.Me sorprende, especialmente, la violencia verbal, en este caso hacia dos personas que conozco hace muchos años. Compartimos con ellos vida académica, vocación de servicio público y muchos años de reflexión conjunta, en los tiempos particularmente difíciles del gobierno militar. Es cierto, no sufrimos el exilio, pero vivimos la angustia de lo que pasaba con otros, y procuramos entender y llegar a la raíz de por qué el desplome institucional de Chile en 1973 y la pérdida tan brutal de las libertades. Comprendimos, entonces, que el camino de salida era el opuesto de lo que vivíamos: el camino del diálogo, del respeto por el que piensa distinto, del lenguaje moderado. Nos convertimos en obsesivos de la construcción de consensos y desde entonces intentamos hacerlo una práctica de nuestra vida política.Seguramente hay muchas personas con los atributos personales de Mónica Jiménez y de René Cortázar. Ellos practican lo que son sus valores: integridad personal a toda prueba, talento puesto al servicio de un bien colectivo y capacidad de trabajo y de diálogo sin limitaciones. ¿Por qué, entonces, esta ofensiva de “demolición” contra ellos? Alguien en la oposición diría que “esto es sin llorar”.¿Cómo procesa la gente todo ese barullo ruidoso, pequeño y destructivo? La gente se toma la revancha, dando la más baja calificación posible a “los políticos”. Si sumamos a esto lo que esas mismas personas ven noche a noche en los noticiarios de televisión, no sorprende que cristalice en la conciencia pública la idea de un país hosco, rencoroso, agresivo y pesimista.Me pregunto, entonces, ya hacia fines de la semana: ¿qué vamos a ofrecer a esos 6 mil becados que estarán perfeccionándose en las mejores universidades e institutos técnicos del mundo, cuando terminados sus estudios decidan o no volver a hacer un aporte en su país? Para ese entonces, Chile no va a ser todavía un país desarrollado, pero sí podría aspirar a ofrecer un entorno amable, acogedor, constructivo para alentar su retorno. Menos politizado y más centrado en crear espacios para desarrollar al máximo los talentos propios. Más meritocrático y menos político.Concluyo: Si no rectificamos a tiempo, no podremos quejarnos de la “fuga de cerebros” y de una diáspora sin retorno. Tal vez alguien que lea estas líneas lo piense dos veces antes de proferir el próximo insulto o descalificación al que piensa distinto.¿Cómo procesa la gente todo ese barullo ruidoso, pequeño y destructivo? La gente se toma la revancha, dando la más baja calificación posible a “los políticos”. Si sumamos a esto lo que esas mismas personas ven noche a noche en los noticiarios de televisión, no sorprende que cristalice en la conciencia pública la idea de un país hosco, rencoroso, agresivo y pesimista.Si no rectificamos a tiempo, no podremos quejarnos de la “fuga de cerebros” y de una diáspora sin retorno.