Siempre he señalado que uno de los factores asociados al mejoramiento de la valoración social de los docentes es el respeto que se les debe tener. Oportunidad que tengo le hago saber a los padres y a los estudiantes lo significativo que ello es para generar espacios apropiados para una enseñanza de calidad. Un profesor respetado por sus alumnos, por los padres de éstos y por toda la comunidad, es un profesor motivado, que se plantea con seguridad en sus conocimientos y estrategias de enseñanza y con confianza en la utilización de sus criterios de evaluación. Un docente respetado es en sí mismo un valor formativo para todos los miembros de la comunidad escolar.

Si los padres y la comunidad descalifican por distintas razones el comportamiento, relativizan su autoridad o dudan de sus conocimientos, están transmitiendo a los niños y jóvenes una visión menospreciativa de su persona y de su labor. Esto obliga a reconocer que un docente lo es siempre: no sólo en la sala de clases y el centro educativo, sino que también y especialmente en los espacios públicos. Estoy obligado moral y profesionalmente a tener un estándar superior si quiero me respeten como docente, como profesor y maestro. Los jóvenes son duros cuando les llega el momento de juzgar a sus antiguos docentes y generalmente no coinciden aquellos que buscan el halago fácil y complaciente con el “buen profesor” que recordamos.

La mayoría de nuestros docentes son mujeres, madres. Muchas son directoras y merecen por esta condición respeto adicional, no sólo de sus alumnos, sino también de sus colegas. Escribo esto luego de conversar con la Directora de uno de nuestros liceos, quien me relata los acontecimientos del día de ayer en el frontis de su establecimiento: estudiantes de otros establecimientos groseros e irrespetuosos no sólo con su persona, sino con la institución escolar que acosaron y amenazaron con agredir, incluidos a sus integrantes que no compartían su estrategia de movilización. Pero lo que más me entristece, es cuando escucho que “colegas” eran parte de esta agresión.

Todos tenemos derecho a manifestar nuestras objeciones a la autoridad de turno, en ello encontraremos aliados, pero también detractores. Así como acojo y respeto a mis aliados, quienes no coinciden coyunturalmente conmigo también merecen el respeto a sus ideas y a su integridad física. Quienes leen esta opinión pueden estar de acuerdo conmigo, con que hay que ser tolerantes y respetar a quien opina distinto, no creo que algún miembro de esta comunidad avale el comportamiento basto, ordinario, carente de educación en suma de algunos de los profesores a los cuales les hemos entregado lo más preciado que tenemos: la educación y formación de nuestros hijos e hijas. Hay una cualidad que es más necesaria aún en quienes han optado, están llamados o por último eligieron éste como el trabajo para sustentar sus vidas, esa es la consecuencia. Las ideas, especialmente las buenas, no se gritan ni se imponen, para vencer hay que convencer.

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