Si hay un sector para el cual la escuela es la institución más importante, ese es el rural.
En lo que se denomina como el mundo rural la escuela es el espacio más dinámico, en ella se desarrollan por supuesto las actividades educativas, pero también las culturales, se manifiestan las interacciones y relaciones sociales, se concreta la participación comunitaria. Por eso el confinamiento riguroso ha derivado en un empobrecimiento comunitario, ya que la cohesión expresada a través de las reuniones de los fines de semana, en los clubes deportivos y ceremonias religiosas, así como las de los clubes de adulto mayor, población cada vez más significativa, han desaparecido y con ello una cultura de la cercanía que se expresa en diversas formas de compartir. Para este mundo la escuela rural es una institución única, tiene una estructura pedagógico-didáctica basada en la heterogeneidad, en la diversidad de niveles educativos que posibilita la convivencia de estudiantes de distintas edades y capacidades, con diferentes competencias curriculares en el marco de una estructura organizativa y administrativa adaptada a sus necesidades internas, es inclusiva; goza de una suerte de entramado que representa un marco de valores que permanentemente se va reconfigurando al ritmo de los cambios que sufre su entorno, a la emergencia de una nueva ruralidad donde conviven la actividad predominantemente agraria ganadera con nuevas de carácter recreativo, turístico y residencial, planteando nuevos desafíos a una institución que se resiste a someterse a la estandarización.
 
Los estudiantes y docentes extrañan sus escuelas, pero temen reencontrarse. Saben de su condición vulnerable y que las medidas para imponer el distanciamiento social y físico resultan difíciles de mantener por tiempo prolongado debido a la urgente necesidad de recuperar esta cercanía, detener la crisis de convivencia, el miedo al contagio y la desconfianza. Es en el mundo rural donde las tecnologías de las comunicaciones han develado su precariedad haciendo imposible la vinculación virtual permanente, ha dado pié al predominio de las funciones básicas del WhatsApp o rescatado la importancia de la fotocopiadora; el mensaje de voz y el papel con instrucciones, ejercicios y correcciones, constituyen el vinculo didáctico más efectivo y estrecho en la relación de las comunidades educativas. Por eso entendemos lo que ha significado para miles de comunidades rurales a lo largo de nuestra región que sus escuelas estén cerradas.
Es en el mundo rural donde se constata que la escuela es presencial o no es. La virtualidad podrá constituirse en un instrumental de apoyos, pero la relación humana no podrá suplantarse; podrá la virtualidad constituirse en una alternativa pero no en la normalidad y las insistentes aspiraciones del homeschooling de desplazar a la escuela presencial no superarán el marketing porque no rescata a los niños y niñas de las actividades productivas con que el mundo rural les atrapa a través de las innumerables tareas cotidianas de la economía campesina o de ser mano de obra de la agricultura extensiva o el uso intensivo característico de la ganadería. La escuela rural presencial hoy es garantía para el ejercicio de los derechos y seguridad emocional de los niños y niñas, así como antes fue el instrumento de ampliación de sus derechos y bienestar social.
Pero también el aprendizaje en común es parte de la normalidad comunitaria y presencial, la escuela rural es instrumento clave para defender y garantizar la identidad colectiva, conservar el patrimonio natural e histórico, asume la responsabilidad como mecanismo de resistencia cultural al valorar el saber local que en numerosas ocasiones ha sido desplazado por otros de mayor reconocimiento político y mediático, al recuperar y conservar las tradiciones y los valores de su localidad, al profundizar en el conocimiento de la historia de los pueblos, los códigos culturales concretos, las formas de relacionarse, las costumbres, el estilo de vida. En definitiva, la escuela y sus agentes desempeñan una función crucial en la creación de un espacio educativo para que las peculiaridades locales puedan tener cabida y expresarse en la construcción y fortalecimiento de la identidad individual y colectiva de la comunidad educativa, al recuperar la memoria, al reconstruir la cultura y revalorizar la ruralidad, resistiendo el proceso homogeneizador y hegemónico al que nos somete la globalización.
En definitiva, la pantalla no es la escuela.

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