La desigualdad de género se expresa en toda la sociedad y la educación no es una excepción; sesgos, prejuicios, estereotipos e inequidades se encuentran en todos los ámbitos educativos.
Lograr una educación pública de calidad e inclusiva implica entre otros desafíos, construir una educación no sexista, en la cual las escuelas y sus integrantes reconozcan y otorguen igual valor a las capacidades y habilidades de niñas, niños y jóvenes; donde las escuelas se conviertan en espacios de convivencia libres de discriminación y violencia de género y aspiren a transformar las creencias y prácticas que influyen en la construcción de brechas e inequidades durante el proceso educativo y que se reflejan en resultados educativos injustos y discriminadores.
La familia y la escuela son los principales espacios de socialización que tenemos y en ellos no solo desarrollamos conocimientos, sino que también construimos nuestras identidades y atributos diferenciados para hombres y mujeres, potenciando los de unos y otros según como las consideremos más o menos apropiados. Esto opera a través de estereotipos, sesgos y discriminaciones, que devienen en desigualdades que se han expresado históricamente en los contenidos, en las relaciones entre docentes y estudiantes, en las prácticas y materiales pedagógicos, en las actividades y los espacios de participación y convivencia. Estos estereotipos están presentes en la cotidianeidad de los procesos educativos, produciendo brechas en los resultados académicos y desigualdad en la formación integral, generando desventajas para las mujeres, por ejemplo, en matemáticas y educación física, y en el caso de los varones en comprensión lectora, comenzando así a construir un futuro segregado y desigual, pues ello influye en sus decisiones, condicionando sus opciones de estudio y posterior presencia en el mercado laboral, y por esa vía en los salarios, en el acceso a puestos de trabajo y bienes materiales y culturales, a las pensiones que tendrán en el futuro y en definitiva, a la calidad de vida y bienestar personal, familiar y social. Por eso es importante incorporar hoy el enfoque de género para mejorar la calidad de la educación, cuando eso ocurre en las escuelas, estamos reconociendo que las niñas y niños tienen el mismo potencial de aprendizaje y desarrollo, y las mismas posibilidades de disfrutar por igual de aquellos bienes valorados socialmente y de las oportunidades, recursos y recompensas, independientemente de las diferencias biológicas que les caracterizan.
Si bien nuestro país ha superado la desigualdad en el acceso en todos los niveles educativos, las trayectorias y los resultados aún reproducen estereotipos y representaciones tradicionales de género que los llevan a recibir tratos diferenciados según la asignación social que se le ha dado al sexo al cual se pertenece, manteniendo desempeños desiguales en áreas del conocimiento que les inducen a vocaciones determinadas de acuerdo a lo que es “propio de hombres” y “propio de mujeres”, incidiendo luego en las oportunidades de empleabilidad. La desigualdad de género se expresa en toda la sociedad y la educación no es una excepción; sesgos, prejuicios, estereotipos e inequidades se encuentran en todos los ámbitos educativos, pero por lo mismo, se convierten en un desafío para la transformación de los contenidos, prácticas y relaciones que promuevan la transformación social de las relaciones de género.