Los profesores en sus tareas docentes de cada día, difícilmente pueden modificar el curso global de los acontecimientos que tanto inciden en lo que hacen. Tampoco pueden ignorar ni desentenderse de si lo que hacen contribuye o no a generar condiciones sociales más justas en las que haya un lugar digno para todos y cada uno. La ética profesional queda incompleta y distorsionada si no se enmarca en la perspectiva de una ética social, desde la que poder discernir en qué contribuye o puede contribuir en general y en concreto el propio ejercicio profesional a mejorar la justicia de la sociedad.

Toda ética profesional tiene su núcleo inspirador y su aliciente máximo en los bienes intrínsecos que se propone realizar. Es algo tan obvio como, en ocasiones, olvidado. Cuidar la salud con arreglo a los conocimientos y técnicas disponibles es el bien intrínseco de la profesión médica; el bien intrínseco a la práctica de la docencia es que los alumnos aprendan, entonces, el ejercicio ético docente implica un gran deber: ante todo enseñar, entendiendo la enseñanza como ayudar a aprender. Pero también presupone saber, haber aprendido lo que enseña y estar al día en la materia que enseña, de la que es profesor.

En esta línea, el buen profesor, tiene que saber renunciar a determinadas formas de actuación que representan un uso indebido de la posición de poder que ostenta, por supuesto para evitar abusos contrarios al respeto que merece la dignidad de todo ser humano, pero incluso para realizar actividades que, en otro contexto pueden ser perfectamente lícitas y legítimas. La posición de superioridad inicial (en edad, experiencia, saber y posición social) no debe servir para intentar ejercer una influencia, v.g. religiosa o ideológica. Más claro aún: los profesores, en el ejercicio de sus tareas profesionales, deben abstenerse de intentar ejercer el proselitismo alguno, utilizando su posición y su poder para inculcar sus convicciones personales violentando la conciencia de sus alumnos.

El diccionario de la RAE dice que manipular es “Intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares”. De aquí se desprende la condición de la víctima de la manipulación, quien jamás reconocerá que está siendo o ha sido manipulada, sino que afirmará siempre con rotundidad que sus ideas y planteamientos son fruto de su libertad de pensamiento. El extremo de esta situación se da cuando la víctima ya manipulada pasa de la simple idea al ejercicio de la violencia física contra personas de ideas contrarias, aunque esas personas se manifiesten pacíficamente por sus derechos o por la libertad que no disfrutan. Ahí, la extensión del brazo del manipulador se materializa físicamente y actúa como un control remoto en los cuerpos y mentes de los manipulados.

La ética profesional no se agota en las relaciones bilaterales entre los profesionales y los destinatarios de sus servicios, en nuestro caso entre profesores y alumnos, educadores y educandos. Se ejerce en el marco institucional de un centro educativo de enseñanza primaria, secundaria o superior, público o privado, con un currículo organizado en el que a cada profesor corresponde desarrollar las tareas, con los objetivos y contenidos asignados en el currículo, conforme a criterios fijados de antemano, en el marco de una estructura organizativa en la que las competencias propias y ajenas están también prefijadas en gran medida. Parafraseando a Delors, el ejercicio profesional honesto requiere valentía para aprender a conocer y decir, para aprender a hacer bien lo que debemos, para aprender a vivir juntos y a vivir con los demás, y de esa manera seremos más libres y mejores.

Leave a Comment