Lo que ocurrió el 18 de septiembre de 1810, se había gestado por varias razones, una de las principales fue el descontento de las colonias americanas por el alza de impuestos por parte de España, como única forma de solventar a la desfinanciada casa de los Borbón.
Sumado a lo anterior, la invasión de Napoleón a la península ibérica en 1808, descabezó a la Corona Española, al abdicar Carlos IV en favor de su hijo Fernando VII, quien fue puesto en cautiverio, asumiendo el poder José Bonaparte. El pueblo indignado con la invasión francesa se sumió en revueltas. Los gobernantes de las regiones decidieron crear las Juntas de Gobierno, las cuales gobernarían mientras el rey volvía al poder. Fueron muchas las colonias americanas que aprovecharon estas instancias de acefalía para propiciar la independencia y separación de la Corona Española, siguiendo los aires del liberalismo imperante en esa época en toda Europa.
En Chile, tras la muerte del gobernador Luis Muñoz de Guzmán asume el cargo Francisco Antonio García Carrasco, a quien el Cabildo en julio de 1810 solicitó su renuncia, debido a un gobierno muy opresor hacia los criollos. Asume el mando de la Capitanía General de Chile Mateo de Toro y Zambrano, quien es presionado por los criollos a convocar a un Cabildo Abierto, cuya invitación señalaba:
Para el día 18 del corriente, espera a usted el muy ilustre señor Presidente con el ilustre ayuntamiento en la sala real tribunal del Consulado, a tratar de los medios de seguridad pública, discutiéndose allí qué sistema de gobierno debe adoptarse para conservar siempre estos dominios al señor don Fernando VII“.
Tras la votación el gobierno quedó conformado por Mateo de Toro y Zambrano, presidente; el Obispo de Santiago José Antonio Martínez, como vicepresidente; el consejero de Indias Fernando Márquez de la Plata, primer vocal; Juan Martínez de Rozas, segundo vocal; Ignacio de la Carrera, tercer vocal; como secretarios Gaspar Marín y José Gregorio Argomedo. Luego fueron incorporados Francisco Javier Reina y Juan Enrique Rosales.
Todos los acuerdos se tomaron por unanimidad, y hasta los nombramientos de los dos últimos vocales de la Junta Provisoria de Gobierno fueron hechos sin que se notasen voces discordantes. Lo que tal vez por entonces no sabían los opositores al nuevo sistema, era que gran parte del éxito se debió a la cuidadosa selección en el reparto de las invitaciones para asistir al Cabildo: de las 450 esquelas enviadas, casi todas lo fueron a criollos de reconocida tendencia libertaria, y sólo 14 llegaron a manos de españoles peninsulares.
Los miembros de la Primera Junta Nacional de Gobierno juraron fidelidad al rey de España, cuando el Cabildo les consultó:
“¿Jura usted defender la patria hasta derramar la última gota de sangre, para conservarla ilesa hasta depositarla en manos del señor don Fernando VII, nuestro soberano, o de su legítimo sucesor; conservar y guardar nuestra religión y leyes; hacer justicia y reconocer al supremo Consejero de Regencia como representante de la majestad Real?”
Como han escuchado, nada de independencia. Sólo reafirman el sometimiento a España. No es la Independencia de Chile la verdadera razón del por qué se celebra el 18 de septiembre, sino que corresponde al primer paso decisivo hacia la ruptura con la Corona Española.
Es el 12 de febrero de 1818, conmemorando un año del triunfo de la Batalla de Chacabuco que se jura el Acta de Independencia de Chile, firmada por los ministros Hipólito Villegas (Hacienda) Miguel Zañartu (Gobierno), José Ignacio Zenteno (Guerra) y el propio Director Supremo Don Bernardo O’Higgins Riquelme.
Esta acta en uno de sus párrafos señala:
“…declarar solemnemente a nombre de ellos en presencia del Altísimo, y hacer saber a la gran confederación del género humano que el territorio continental de Chile y sus Islas adyacentes forman de hecho y de derecho un Estado libre Independiente y Soberano, y quedan para siempre separados de la Monarquía de España, con plena aptitud de adoptar la forma de gobierno que más convenga a sus intereses…”.
¡Esta sí es independencia! La cual se reafirmará definitivamente, dos meses más tarde, el 5 de abril de 1818, aquí, en los campos de Maipú.

Entonces, ¿Cuándo debemos celebrar el Bicentenario?

Mientras nos acercamos a 2010, se nos aparecen nuevos temas que desafían nuestras capacidades, que desafían nuestros sueños de construir una patria más benevolente con nuestros connacionales, especialmente con los de origen más modesto. Para ellos aspiramos a que tengan mejores pensiones, que sus hijos tengan una mejor educación ahora, que los trabajadores tengan mejores remuneraciones, que los jóvenes mayores oportunidades, que las familias mayor seguridad, que nuestros ancianos vivan dignamente.

Sin embargo, también vuelven los viejos temas, aquellos que creíamos superados muchas veces en la historia. Pareciera ser que se nos repite el panorama de la celebración del Centenario, donde los pesimistas de entonces lograron copar los ambientes de tertulia y editoriales de periódicos señalando que no éramos felices, que nuestro pueblo vivía en la más ignominiosa miseria y no teníamos destino como nación. Algunos sectores hoy vuelven a generar este ambiente cargado de pesimismo que nubla el horizonte.

Les invito a recuperar ese influjo de optimismo que seguramente tuvieron nuestros padres fundadores cuando conscientes algunos e inconscientemente otros, dieron este primer paso en 1810 y que luego de ocho años de grandes alegrías y amargos momentos lograron la independencia definitiva.

Recorrer el camino de 2010 a 2018 es el desafío de los tiempos actuales. Así como nuestros antecesores mantuvieron el optimismo, incluso en el exilio y la persecución, de recorrer la ruta de la independencia con pasión por Chile y su futuro; esta fecha, también debe convocarnos a recorrer la ruta de una nueva independencia: la independencia de la vieja economía basada en la explotación de nuestros recursos naturales por una economía inteligente y respetuosa de la dignidad de nuestra gente; a una sociedad independiente de los viejos atavismos del siglo XX como las ideologías excluyentes y totalitarias en beneficio de la libertad personal, del bienestar social y el fortalecimiento de nuestras practicas democráticas; a independizarnos definitivamente de la pobreza en que viven muchos de nuestros compatriotas, de la mala educación que posterga la autonomía individual; a independizarnos definitivamente de los temores de no tener empleos con sueldos éticos ni una atención de salud integral, de calidad para nuestros niños y nuestros ancianos que han dado todo por Chile.

Por eso, el doble significado que nuestro municipio le ha dado al Bicentenario, debemos extenderlo a todos los chilenos: en 2010 iniciaremos un nuevo proceso de independencia, que culminará en 2018, aquí en Maipú, con la patria que tantas veces otras y nuestra generación hemos soñado para Chile: un país para todos, un país digno, desarrollado y donde en definitiva, seamos más felices que hoy. (Discurso de Conmemoración del Día de la Independencia. Maipú, 18 de septiembre de 2008)

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