La mayor parte de la investigación educativa demuestra la importancia que tiene la familia tanto como variable independiente que explica las diferencias de resultados escolares, si no también como variable interviniente en los procesos de aprendizaje de los estudiantes. La evidencia es tal que ni siquiera es tema de discusión: “cuando los padres están involucrados a los niños les va mejor”. Se ha demostrado incluso que para el éxito escolar es más importante lo que la familia hace, que su nivel de ingresos o nivel educacional. Pese a lo señalado, es muy difícil lograr la participación. Las personas no tienen la necesidad innata ni tampoco existen fórmulas ni técnicas preestablecidas transferibles para generar una participación creativa. La trayectoria histórica del Estado y las representaciones que la población tiene de su rol forma parte de una cultura que favorece más la “delegación” que la “responsabilidad compartida” frente a problemas como los de la educación de los hijos. Además, en no pocos casos los docentes reducen la educación a su dimensión técnico pedagógica dificultando aún más la expresión de opiniones por parte de otros agentes educativos como son las familias.
La falta de información que tienen los padres y la comunidad sobre el desempeño de las escuelas de sus hijos, es uno de los problemas que afecta la calidad de la educación. Su consecuencia es una comunidad con bajas exigencias y control de calidad de los establecimientos y cuyas opiniones, a favor o en contra, dependen muy fuertemente de los beneficios inmediatos que recibe. Las familias más pobres no tienen posibilidades de “salida” del sistema en caso que no estén de acuerdo con sus resultados. Por otra parte, la precariedad de su capital social y cultural frente a las autoridades de los establecimientos y profesores los hace partícipes de una relación “sin voz” o completamente subordinadas a los mensajes de los directivos.
Estamos convencidos que la participación de los padres tiene muchos beneficios y por ello es importante promoverla; permite el ejercicio del derecho y su responsabilidad por ser los primeros y permanentes educadores de sus hijos e hijas; expresa una visión educativa donde el eje se ubica en la responsabilidad social, pues la educación es responsabilidad de toda la sociedad y no sólo de un gobierno; mejora la calidad de la educación escolar ya que se pueden incorporar con mayor facilidad los aspectos sociales y culturales de la realidad como también las necesidades e intereses de actores claves en la educación; facilita el logro de los objetivos transversales como son la educación sexual, la formación cívica o el cuidado del medio ambiente; y aumenta los recursos, especialmente humanos.

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